viernes, 16 de noviembre de 2018

Carta para una madre.





Carta para una madre

Madre,
si al despertarte mañana, vieses mi cama vacía,
no llores madre, me fui,, me fui a buscarme la vida.

Madre,
reza a Dios que no se hunda esa barca en la que voy,
si me lleva hasta un buen puerto, pronto volveré a tu lado
y traeré en la mochila, madre para ti un regalo
por ese gran sueño madre que padre y tú me habéis dado.

"Que luche para ser libre, que la tierra no es de nadie,
todos tenemos derecho a intentar matar el hambre".
Estas hermosas palabras me las enseñó mi padre
y tú me supiste dar el amor de buena madre.

Madre,
dile al viento que se calme y no enfurezca las olas
pide a tu Dios que los mares protejan a tu zagal
y volveré madre mía cualquier año en navidad
para traerte un regalo como premio a tu bondad.

Diademas para tu frente, pulseras para tus brazos
y un beso para ese vientre que supo hacer de mi un hombre
que no le teme al morir buscando un nuevo horizonte.

Madre rézale a tu Dios pídele que me proteja,
madre, díselo bien alto, pídele que por favor,
¡Cuide bien de tu muchacho!.

Es el drama que no cesa y nadie pone remedios,
nadie quiere poner medios esto a nadie le interesa.
Y se queda el alma presa de un infinito dolor
al escuchar el clamor, de tantas voces que gritan
que ellos también necesitan del mundo un poco de amor.

¡Cuántas almas guarda el mar! ¡Cuántos sueños sucumbieron!
¡Cuántas vidas se perdieron buscando un trozo de pan!
¿Por qué los hombres hicieron fronteras para medrar?
Si la tierra no es de nadie, la tierra le pertenece
a toda la humanidad. Mas esto solo lo vemos
al llegar la navidad.

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Madre,
si al despertarte mañana,
vieses mi cama vacía,
no llores madre, me fui,
me fui a buscarme la vida.

Madre,
reza a Dios que no se hunda
esa barca en la que voy,
si me lleva hasta un buen puerto
pronto volveré a tu lado
y traeré en la mochila
madre para ti un regalo
por ese gran sueño madre
que padre y tú me habéis dado.

"Que luche para ser libre,
que la tierra no es de nadie,
todos tenemos derecho
a intentar matar el hambre".
Estas hermosas palabras
me las enseñó mi padre
y tú me supiste dar
el amor de buena madre.

Madre,
dile al viento que se calme
y no enfurezca las olas
pide a tu Dios que los mares
protejan a tu zagal
y volveré madre mía
cualquier año en navidad
para traerte un regalo
como premio a tu bondad.

Diademas para tu frente,
pulseras para tus brazos
y un beso para ese vientre
que supo hacer de mi un hombre
que no le teme al morir
buscando un nuevo horizonte.

Madre rézale a tu Dios
pídele que me proteja,
madre, díselo bien alto,
pídele que por favor,
¡Cuide bien de tu muchacho!.

-0-

Es el drama que no cesa
y nadie pone remedios,
nadie quiere poner medios
esto a nadie le interesa.
Y se queda el alma presa
de un infinito dolor
al escuchar el clamor,
de tantas voces que gritan
que ellos también necesitan
del mundo un poco de amor.

¡Cuántas almas guarda el mar!
¡Cuántos sueños sucumbieron!
¡Cuántas vidas se perdieron
buscando un trozo de pan!
¿Por qué los hombres hicieron
fronteras para medrar?
Si la tierra no es de nadie
la tierra le pertenece
a toda la humanidad.

Mas esto solo lo vemos
al llegar la navidad.




Al primero que clavó
en un terreno una estaca;
diciendo; ¡Esta tierra es mía!
Se la hubieran de haber roto
a golpes en su espaldar.
Esta estrofa 

es de unas palabras de Rousseau.


La izquierda solo la crea
la derecha con sus mañas,
¡si eres pobre, pues te apañas!;
Dicen con su verborrea.
Y es hora que el mundo vea
que quienes dirigen todo
solo buscan su acomodo.
En Chile como en España
el poder siempre se apaña
que viva el pobre en el lodo.

No habrá ningún Victor Jara
ni otros muchos como él
que acaben con el poder
si no es a golpe de vara.
La cosa la tengo clara
la religión es quien manda
y siempre es la misma panda
quien dirige el mundo entero,
y echan siempre al agujero
a quien ven que se desmanda.

Era una mañana gris, como aquellas que parecen abrazar el dolor del mundo en su neblina. En un pequeño pueblo, una madre despertaba entre las sombras de su hogar. Con el corazón pesado, miró hacia la cama de su hijo. Vacía. La tristeza se apoderó de ella sin aviso, como un ladrón silencioso que roba esperanzas y sueños. La noche anterior, él le había susurrado palabras que latían como un eco en su corazón.

"Madre, si al despertarte mañana, vieses mi cama vacía, no llores, me fui... me fui a buscarme la vida." Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, pero su espíritu, herido pero fuerte, le susurró que debía dejarlo ir. Sabía que su hijo había cargado un anhelo en el pecho que no podía contener. La vida, a veces despiadada y a menudo cruel, lo había empujado hacia un destino incierto.

Mientras la madre luchaba contra el viento de su pena, pensamientos de su esposo, que había partido años atrás, le envolvían. Él también había hablado de esa búsqueda, de la libertad y de un futuro. "Que luche para ser libre," solía decirle. Aquel día, las palabras que su hijo había tomado prestadas resonaban como un lamento. Era casi como si las olas, en tumulto, expresaran la desesperación de las almas que buscaban cruzar las fronteras de lo conocido, aún a riesgo de su propia vida.

Aferrándose a la fe que le habían inculcado, la madre decidió bramar al cielo. "Madre, reza a Dios que no se hunda esa barca en la que voy”, había dicho su hijo, mientras ella, con el corazón en un puño, sabía que la travesía de muchos no terminaba en un buen puerto. Se preguntaba cuántas veces las esperanzas habían naufragado en esas aguas traicioneras. ¿Cuántas almas, cargadas de sueños, se habían perdido en el intento?

Las horas pasaron, y la angustia la mantenía cautiva en su propio hogar. Fue entonces cuando recordó el regalo que su hijo prometió traernos. "Pronto volveré a tu lado y traeré en la mochila," decía el poema que se repetía en su mente. Sin embargo, las palabras sólo calmaron su dolor por un momento. La realidad era dura: el miedo al qué podría pasar, el eco de las voces que reclamaban un mundo justo.

Mientras las primeras luces del amanecer penetraban a través de la ventana, pudo ver la paz en su rostro, en su ausencia. Era una paz trágica. Ella, que había soñado con un futuro brillante para él, ahora se enfrentaba a su más profundo temor: la posibilidad de que ese regreso nunca ocurriera.

La madre sintió un nudo en el estómago ante la amplía consideración del desamparo que la rodeaba. No solo su hijo, sino tantos otros buscaban aquel trozo de pan, aquel sueño que les había sido negado. Las fronteras, esas líneas en el suelo que dividían la humanidad, jamás habían tenido sentido para ella. En ese instante, el mundo se convirtió en un mar de dudas y promesas vacías.

"¡Cuántas almas guarda el mar!" murmuró. Y su voz, aunque temblorosa, reclamaba un sentido de justicia, una lucha que no sólo era de su hijo, sino de todos aquellos que se aventuraban a desafiar lo imposible. La navidad, que alguna vez había sido sinónimo de esperanza, ahora se convertía en un recordatorio sombrío de los que se habían perdido en el camino.

Y así, con el corazón dividido entre la tristeza y la esperanza, la madre se sentó en la orilla de sus pensamientos, aguardando con ansias un eco en el viento que le dijese que su hijo estaba bien, que su espíritu viajaba libre, buscando la vida, incluso si eso significaba navegar por aguas inciertas.

En la quietud de su dolor, entendió que su amor nunca lo abandonaría, porque ese amor es la fuerza que puede, a pesar de todo, romper cualquier frontera, uniendo las almas que la vida a menudo quiebra. Al final, todo lo que quedaba era la espera: la espera de que un día, su hijo regresara con un regalo que jamás podría comprarse, el regalo de la esperanza renovada.

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