Crónica de una muerte anunciada
(Título copiado a Gabriel García Márquez)
Cuento a la vieja usanza
Ya que empiezas a leer tengo que decirte algo;
prisa no habrás de tener ya que este cuento es más largo
que dos días sin comer.
Te lo cuento como fue; en la provincia de Soria
la aldea los Mangarranas, a eso de las siete y media
cuando el señor cura se iba listo para abrir la iglesia,
le dio un ataque de tos, que temblaron las campanas,
tan fuerte tuvo que ser que del golpe se quedó
redondo, hecho un ovillo en el suelo espatarrao,
los ojos de pajaríco, las manos en la cartera,
tieso como un bacalao.
-Hay que llamar otro cura. Dijo el Blas en el concejo,
(el Blas estaba de alcalde, no por rico ni por listo
sino por ser el más bestia a treinta leguas del predio
y que se hacía entender por dar hostias como panes,
los pillos se acojonaban al ver sus manos tan grandes)
-Lo mandaremos llamar y ya que el pueblo está lejos
enviaremos mi zagal para que lo traiga presto,
no se pierda en el pinar. ¡Juanico vete pal pueblo
tráete al cura pacá!
Cogiendo manta y la burra un chorizo y medio pan,
navaja pipirranera, de vino lleno el morral,
por si acaso el frío aprieta, que nunca estará de más
y en encomendarse a Dios, pallá que se fue el zagal,
por el camino la acequia por ser el que cunde más.
Llegó a media mañana, se presentó al señor cura
muy adusto y muy formal. -Soy Juanico señor cura,
de aldea Los Mangarranas, con el mote de "el cansino"
me conocen mucho más, hijo del señor alcalde
y la señora Piedad, he venío pa´ buscarle,
no se vaya a extraviar o ir a caer a las manos
de Paco el del melonar, un ladrón de los caminos
que ronda por el lugar.
Puso el cura sus sotanas en un hatillo de liar,
metiendo también en él las ostias pa´ consagrar
un chisquero ya muy viejo, la petaca pa´ fumar,
petaca en cuero bordado (regalo de su mamá)
un librillo de papel, la estola de los domingos
cuatro o cinco cosas más y un buen pedazo de queso
que guardaba en el corral.
A la media hora de andar cansado ya del camino
sacó el cura la petaca con la idea de fumar,
el Juanico que la vió, ¡los ojos le fueron detrás!
-¡uf! por Dios, vaya petaca, me la tiene usté que dar!»
-Va a a ser que no, Juanico es regalo de mi madre,
no la pienso regalar.
Como no os quiero cansar os diré que en el camino
la pidió diez veces más. ¡Hasta los huevos el cura
de tan cansino zagal! En llegando ya a la casa,
para dejar a la burra entraron por el corral
que está lleno de conejos y otros cuatro bichos más
dos marranas, un chotillo y la mula pa´ labrar.
Por lo tardío de la hora quedose el cura a cenar,
allá en mitad de la cena, vuelve de nuevo el zagal
a decirle al señor cura; -Señor cura la petaca
me tié usté que regalar. -Harto me tienes chaval,
que ya te dije que no, ¡qué no te la pienso dar!
Así por dos o tres veces, ¡era cansino el zagal!
Siendo como era ya tarde, se quedó el cura a dormir
en un cuarto que al efecto se preparó en el zaguán,
que hay encima de la cuadra, justo al lado del pajar
y que al calor de las bestias, pues no era muy mal lugar.
-Duerma a gusto señor cura y mañana Dios dirá!
Se oyó que le dijo el Blas.
Hechose el cura a dormir sin quitarse la sotana,
de tan cansado que estaba ni se quiso desnudar,
a media hora ¡casi escasa! un golpear en la puerta
puso freno a su roncar, -Señor cura soy Juanico
no se vaya usté a olvidar que ha de darme la petaca.
-¡Vete a la mierda zagal, déjame dormir en paz!
Así transcurrió la noche, a cada hora y sin parar
esta el Juanico en la puerta, -Señor cura, señor cura
no se vaya usté a olvidar, antes de marcharse usté
la petaca me ha de dar.
A las tres de la mañana, en otra visita más,
cogió el cura la petaca, que al acostarse dejó
encima de la mesita junto al papel de fumar
y aquel chisquero de yesca (de esos que no quedan ya)
y con ganas de matarlo la tiró contra el zagal,
-¡Toma la petaca niño déjame dormir en paz
metetela por el culo, a ver si revientas ya!
En la mañana temprano, los ojos como pimientos,
recogió el cura su hatillo y dos gallinas muy viejas
regalo de la Piedad, pa´ que se hiciera un buen caldo,
que el frío apretaba ya.
Emprendió el cura camino con mas sueño que un gañán
y en dirección a la iglesia que está tal y cual se baja
por las cuestas del Colás, iba el cura echando sierpes
contra el cansino zagal, que le jodió la petaca
regalo de su mamá.
Tomó el cura ya aposento en la casa parroquial,
le esperaba la Jacinta, una mujer muy cabal,
aunque ya entradica en años, estaba de buen mirar,
hermana del anterior, (aquel cura fallecido,
el del ataque de tos, que se quedó hecho un ovillo,
¡qué Dios le tenga en su paz!), buena moza y servicial
que ayudaba en las labores y hacía de sacristán,
ya que los hombres del pueblo no eran del mucho rezar
Fueron pasando los días, entre sermón y sermón,
algún tute en el casino, una partida al billar
y buenos tragos de vino o confesando a las viejas,
o acristianando un zagal.
El día de San Manuel, en acabando la misa
entró una mocica guapa, Paquilla la del morral,
la más chica del Honorio, que lo debes conocer,
el marío de la Virtudes, la prima del tío Juan,
¿cómo qué no la conoces? ¡Virtudes! la que decían
que si se casó preñá, el caso es que la chiquilla
no se vino a confesar, vino a pedirle su ayuda
por lo que os voy a contar:
-Ayúdeme Don Anselmo, (así se llamaba el cura,
según creo recordar) que me he echao yo un novio
que no para de tocar buscando lo que usté piensa
y yo no le se explicar y sepa usté señor cura
que yo antes del matrimonio no se lo pienso entregar,
que no es de buena mujer y yo soy mocica honrá.
-Como Dios manda hija mía; ¡pues no faltaría más!
dime quien es el rapaz, tendré una charla con él
y no temas ya por tu honra que yo lo voy a arreglar,
hablaré con el zanguango, haciéndole razonar
o le arrancaré la piel, ¡si no entra con el misal
con la garrota entrará! ¡vaya si razonará!
-Muchas gracias Don Anselmo, que alegría usté me da,
el Juanico el del alcalde y la señora Piedad,
es el mocico que quiere robarme la mocedad,
sin haber hecho los votos ni pasar por el altar.
-Se puso el cura a temblar; ¡Nooooo! ¡Ay Dios mío,
ay Dios mío, puedes darte por follá!