No hay veleros en las calles de Madrid
.
Recuerdos que nunca hubo
a mi memoria revienen,
que solitarios y mudos
dejan en la boca el gusto
a sal de todos los mares
que se mezclan con las nieves
de mis sienes otoñales.
.
Ya no sujetan mis manos
con tanta fuerza el timón,
aquel que guiaba mis pasos
hacia ese utópico mundo,
hacia ese del que nos cuentan
que solo reina el amor.
.
El rumbo de mi velero
iba en esa dirección,
con mis sueños siempre a flote
y mi juvenil pasión
galopando siempre al trote,
y en mi pecho la emoción
de ser un nuevo Quijote
para ir haciendo cabriolas
sobre las olas del mar
cabalgando en el bajel
al que llamó Don José
por su bravura El Temido
y del cual me enamoré
hasta creer que era mío.
.
La sal impregnó mi piel,
me tumbaron por los suelos
las olas con su vaivén,
mis sueños mutaron duelos,
se platearon mis sienes
y tuve que desistir,
por eso ya no hay veleros
por las calles de Madrid..
.
En un rincón olvidado de Madrid, el bullicio de la ciudad parecía un canto ajeno, una melodía que desentonaba con el eco de mis recuerdos. Las calles, asfaltadas y grises, no reconocían la presencia de veleros. El horizonte era un lienzo de edificios y sombras, y en mi pecho, una nostalgia crujía como la madera de un barco viejo.
Mis pensamientos viajaban hacia un mar que nunca había navegado, hacia recuerdos que nunca fueron más que espejismos. Los veleros de mi memoria se desvanecían mientras los aromas del salitre y las nieves otoñales se entrelazaban en mi mente. Era como si esos mares lejanos dejara un sabor a sal en mi boca, un sabor que se resistía a ser olvidado.
A medida que caminaba, comprendía que las viejas anclas ya no sujetaban mis manos con firmeza. Cuántas veces había guiado mi vida con la esperanza de encontrar un mundo donde reinara el amor, un mundo ideal en el que la pasión juvenil navegara libre como un velero en el horizonte. Pero ahora, ese mismo timón que había llevado mis pasos se sentía pesado, como un recuerdo del que no podía desprenderme.
Un nuevo Quijote surcaba mis pensamientos, cabalgando en cabriolas sobre olas imaginarias, el mismo Quijote que una vez se levantó apasionado ante la brisa marina. Aquél que soñaba en su bajel, "El Temido", aquel bergantín pirata de la pluma de don José, un nombre que resonaba como un canto de sirena. Sentía el viento en mi rostro y el sabor de la aventura en mi lengua, pero esos días de gloria se ahogaban en el vaivén de la cotidianidad.
De repente, una ola imaginaria me empujó por los suelos. Caí, y el golpe resonó en mi ser como un recordatorio de que los sueños, cuando se encuentran con la dura realidad, a menudo mutan en duelos, y lo que una vez fue esperanza se convierte en resignación. Mis sienes, antes llenas de juventud y determinación, se platearon con la realidad de los años.
Por eso, hoy no hay veleros en las calles de Madrid. Solo hay un eco de lo que pudo ser, un susurro de sueños olvidados que navegan en la memoria, mientras la ciudad sigue su curso sin mirar atrás, sin ofrecer un asidero a quienes aún anhelan la sal del mar en su piel. Y yo, entre sus calles, sigo buscando el viento que me lleve a ese utópico mundo, aunque sepa que, quizás, lo único que me queda es recordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario