declamado
Un trueno el silencio rasga,
entre gemidos se lleva
el verdor de la esperanza
de una multitud sedienta.
El gentío se disgrega
en una danza macabra,
griteríos de odio enervan
las palomas de la plaza.
Ya despertaron las fuerzas
que la ciénaga ocultaba,
zapatos sin medias suelas
por las aceras se traban.
Y ya no vienen los niños
con un pan bajo el regazo,
que vienen lanzando gritos
ante un mundo desolado.
Destruye siempre quien grita
de la verdad ser el dueño
y a quien esto no le firma
quiere cortarle el pescuezo.
Jumentos que se disfrazan
con soles y medias lunas,
pintando por donde pasan
con sangre sus herraduras.
Con un tronar de chasquidos
de látigos con escamas,
dispuestos a sacar brillo
a quien a su Dios no ama.
Sobre parecer muy lejos,
se oyen tambores cercanos,
las hienas de los desiertos
aúllan por mis barrancos.
Cada día están más cerca,
el viento lleva sonidos
de olor a sangrantes quejas
y a hordas de peregrinos.
Los odios que los manejan
son más veloces que el rayo,
por las praderas ya vuelan
los buitres y los lagartos.
Llevando al miedo en la grupa
sigue su rumbo la muerte,
un mal viento lleva en ruta
negras nubes a occidente.
Y a nadie en el mundo duelen
gritos de los oprimidos,
ni lágrimas de mujeres,
ni llantos de los chiquillos.
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