jueves, 10 de noviembre de 2022

Mi mundo ideal




  •  Mi mundo ideal
  • .
  • Ya mi corazón palpita como una patata frita
  • si me pongo a divagar,
  • y danzan mis pensamientos entre locuras y sueños
  • tratando de imaginar;
  • como sería este mundo si en mis manos estuviera
  • el poderlo reparar
  • y alzando la mente al vuelo me voy soñando caminos,
  • entre utopías y sueños se hace más corto el andar.
  • .
  • ¡Pero no es la vida un flan!, 
  • a veces duro turrón,
  • donde se rompen los dientes,
  • quienes les dio por pensar, 
  • que en las vueltas del camino
  • crecen los sueños sin más.
  • .
  • Lo malo no es estar loco,
  • lo malo es tenerlos sueltos y no poderlos atar.
  • Un tonto cayó en un  pozo
  • y no encontraron un listo para poderlo sacar,
  • mas yo si saque mi bola, vieja bola de cristal.
  • .
  • Vi centenares de locos disfrazados de poetas
  • y vi bastantes poetas que no precisan disfraz,
  • vi chaparrones de besos cayendo sobre Bagdad,
  • y vi a la cerdita Peggy con un contrato en Irak,
  • vi al amo del Vaticano dar de comer al hambriento
  • cambiando el oro por pan.
  • .
  • No vi quemar a las brujas por hartarse de fumar,
  • vi separar las manzanas que fueran envenenadas
  • con pecado original.
  • .
  • La lechera hizo un corral, puso al lobo de guardián,
  • al zorro con las gallinas y hasta el Capitán Araña
  • también se quiso embarcar.
  • .
  • Los tres cerditos y el lobo jugaban al dominó,
  • sentados frente al hogar y vi chaquetas azules 
  • aliviando el tiritar, de las espaldas mojadas 
  • que se helaban al cruzar 
  • por esos muros de espinos que cortan la libertad.
  • .
  • No vi los ojos vidriados de los toros en las vegas,
  • eran ojos muy dichosos sin lanzas en su espaldar
  • y vi a Macbeth en Las Ventas, sin sangre en el arenal.
  • .
  • De la lejana Alemania volvieron los enanitos,
  • que fueron buscando pan,
  • (Pinocho vino con ellos) había curro en su hogar,
  • Blancanieves, ya viejita, recuperó su alegría
  • cuando les vio regresar.
  • .
  • Y vi que el negro en mi bola era tan solo un color
  • tan lindo como los otros, ¡quizás con mejor sabor!
  • Vi que mi bola... mi bola, era tan solo una bola...
  • Un pedazo de cristal...
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Un mundo ideal

En un rincón olvidado del mundo, donde las fronteras de la realidad y la fantasía se entrelazan como los hilos de un tapiz mágico, había un pequeño pueblo llamado Utopía. Allí, los habitantes vivían en un constante vaivén de sueños y locuras, donde cada día era una fiesta de colores y risas.

Un día, una joven soñadora llamado Berta se sentó bajo un antiguo roble en el centro del pueblo. Con su corazón palpitando como una patata frita, su mente divagaba en la creación de un mundo ideal. Mientras contemplaba el cielo, sus pensamientos danzaban entre locuras y sueños, imaginando una realidad donde el amor y la bondad reinaban por encima de todo.

¿Cómo sería este mundo si en mis manos estuviera el poderlo reparar? se preguntaba, alzando la mirada hacia el cielo azul. En su mente, los caminos se dibujaban como senderos de luz, y las utopías florecían como flores silvestres en primavera. El aire estaba impregnado de un olfato dulce, como el caramelo que frecuentemente lo acompañaba en su niñez.

Pero, como bien sabía, la vida no era un flan. Sabía que, en ocasiones, su realidad se parecía más a un duro turrón que a una dulce merienda. No eran infrecuentes los días en los que sus sueños parecían romperse contra las rocas de la rutina. Quien les dio por pensar que los sueños crecen por sí solos, se ha perdido en la senda de la cordura, pensó mientras daba un suspiro nostálgico.

Un día, en su deambular por el pueblo, Berta  encontró una vieja bola de cristal, cubierta de polvo e historias. Al inclinarse a recogerla, sintió una corriente de energía recorrer su cuerpo. En su mente, un pensamiento brillante iluminó el camino: Si logro mirar en este cristal, tal vez pueda ver mis sueños materializados.

Con suavidad, limpió la superficie de la bola. Para su asombro, la cristalina esfera comenzó a brillar, y su interior se llenó de visiones grandiosas. Vio centenares de locos disfrazados de poetas, cuyo humor y locura eran el alma del pueblo; vio chaparrones de besos cayendo sobre ciudades lejanísimas, y a una cerdita, glamorosa en su contrato, dando un giro inesperado a su destino.

Pero no todo era risas en su visión. Berta  observó a los tres cerditos y al lobo, quienes, contrariamente a la leyenda, jugaban al dominó, dejando a un lado viejas rencillas en favor de una amistad repentina. También, desde Alemania, regresaban los enanitos y un Pinocho que había aprendido a ser de verdad, mientras Blancanieves, ya viejita, sonreía, recuperando la alegría de antaño.

En su visión, los toros pastaban felices, ajenos a las lanzas, y Macbeth, en un rincón del coliseo, narraba sus historias sin sangre. La magia y la felicidad parecían haber encontrado su lugar, y el mundo que Berta soñaba comenzaba a cobrar vida ante sus ojos.

Sin embargo, de repente, la visión se deslizó, y Berta recordó lo que sabía. Esa bola, aquella esfera de cristal que tanto deseaba, no era más que eso: un pedazo de cristal, una ilusión brillante que reflejaba los anhelos de su corazón, pero que no tenía poderes mágicos.

Todo lo que había visto era un espejismo de su propia anhelante realidad. Era un bello deseo, sin duda, un destello de luz en la oscuridad, pero la verdadera magia no estaba en el cristal, sino en el empuje de sus ideas y en los pasos que daba cada día para acercarse a su ideal.

Con la bola en las manos, Berta  sonrió, sintiendo que cada sueño que albergaba en su corazón era un camino por recorrer. Así, decidió transformar Utopía no en un lugar de fantasía, sino en un espacio donde los locos y soñadores pudieran ser ellos mismos, donde cada uno podría buscar su propia verdad, y donde la locura y la risa bailaran juntas en una celebración sin fin. Y así, con cada latido de su corazón, comenzó su viaje, un paso a la vez, hacia un mundo ideal que estaba listo para ser creado.

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