¿Por qué tú al miedo implorando le gritas?
¿a quién le culpas de estos desvelos?
¿por qué le chillas furiosa a los cielos?
la culpa es solo muy tuya, trencitas.
Quizás que ya, por salud que dimitas,
ya casi pierdes de golpe los pelos,
aparca a un lado tus burdos recelos,
y vuele en paz, cada quien con sus cuitas.
De nunca quiso la gente a los diestros,
coraje sienten de aquel que pretende,
perder el tiempo, creando maestros.
Y quien no sabe, muy pronto se ofende,
algunos gustan hacer de cabestros
odiando a todo el que luzca buen duende.
La verdad poco vende,
halagos grandes engordan los egos,
de gentes simples y por siempre legos.
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