Un hombre, un poeta, un mago del pensamiento, un hombre forjándose a sí mismo, un hombre que ha vivido y vive haciendo suyas las sensaciones que le rodean, un hombre que sabe diferenciar la luz de las sombras, dejando atrás la oscuridad, ya que esa es la pretensión del hombre poeta, llegar con sus versos hasta lo más recóndito de la conciencia con el sano afán de introducir en ella matices nuevos que sean capaces de crear nuevas interrogantes.
Como poeta no solo quiere vivir en el mundo si no que también necesita conocer y hacer suyos los sentimientos que le envuelven para transformarlos en versos, versos que ayuden y den fortaleza y ánimo a quien los lea. Y Ángel lo consigue, sus versos nos introducen en el laberinto de la realidad que nos persigue, nos cuenta en ellos esos pequeños detalles de la vida cotidiana que muchas veces nos pasan desapercibidos, con ellos aprendemos a valorar bajo otro prisma el mundo que nos rodea. Me he visto en un dilema al pretender resaltar alguno de sus poemas en este prólogo y he sido incapaz de hacerlo, no he sabido distinguir entre buenos y mejores, toda su obra es un compendio de sensaciones, todos sus versos me llegan al alma, en todos encuentro algo que identifica al ser humano, en todos siento la emoción de estar leyendo a uno de los grandes de la poesía. Circula por sus venas sangre de poetas, esa sangre de todos aquellos que siguen soñando utopías, esa sangre del espíritu inquieto que quiere indagar por si mismo sin dejarse llevar por dogmas establecidos que atentan contra los principios de la Madre Naturaleza. Gracias Ángel por estos jirones de tu alma que entregas a la posteridad.