Conversación conmigo misma.
En mis ya cansados años he tenido que beber
a veces de sucios caños, otras veces sin querer
en los charcos de la sierra e ir apartando la broza
y renacuajos para poder acercarme al agua fresca.
Dios ha hablado...
-¿ Y a quién ha hablado?
-Ha hablado a los hombres.
-Entonces:
¿por qué yo no he oído nada?
-Él ha encargado a otros hombres
que me transmitan sus palabras.
-Comprendo, hay hombres para decirme lo que Dios ha dicho,
preferiría haberle oído yo misma, siendo como es omnipotente,
le hubiese costado bien poco dirigirse a mí personalmente
y yo hubiera quedado al abrigo de que esos hombres
tergiversarán sus palabras al contármelas a mí.
-Por qué, ¿quién me garantiza que esos hombres tan listos
son realmente sus enviados?
-¿Los libros sagrados?
-Y ¿Quién ha escrito esos libros?
-Los hombres.
-Y ¿Quién me asegura que esos libros son su palabra?
(a esta pregunta, hay quien dice; que la fe )
y yo me pregunto: ¿la fe en los libros sagrados
o en los hombres que nos los interpretan a su libre antojo?
-Siempre, hombres y más hombres,
demasiados testimonios de hombres,
siempre hombres que por testimonios de otros hombres
intentan decirme lo que Dios reveló a otros hombres...
¡Demasiados hombres entre Dios y yo!
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