¡Qué te den morcilla!
- Tienes presos mis sentidos
- no te engaño ni exagero,
- por ti me siento torero
- por ti derramo gemidos.
- Mi alma revienta en aullidos
- al contemplar tu belleza,
- ya rondan por mi cabeza
- estrellitas amorosas,
- por la culpa de esas cosas
- perdí toda mi fiereza.
- Pero como te has marchado
- pues ve y que te den morcilla,
- seguro que otra me pilla
- y me trata con agrado.
- Ya mi corazón blindado
- no precisa de tu amor.
- Presumías de ser diosa,
- te creías una rosa,
- del jardín la mejor flor
- y eres cardo borriquero,
- que a este viejo torero
- no causará más dolor.
- Aposté a caballo cojo,
- me salió la cosa rana,
- me encomendé a la sotana
- pa´ ver de salvar el ojo.
- Mas me quedé sin matojo
- en donde tumbar la chepa,
- mi amigo duda no quepa
- que esta feo el apostar
- es mucho mejor libar
- vino de una buena cepa.
- "Toico lo que me dijiques"
- bien me cuadra de algún modo,
- te faltó decir que el codo
- bien lo muevo en alambiques.
- Y no hago caso a repliques
- de mozos filibusteros,
- tampoco sigo los fueros
- que rigen las disciplinas,
- y se lidiar las espinas
- de los tontos marrulleros.
- Vino, solo llamo al tinto,
- lo demás, mariconadas,
- aguachirris endulzadas,
- algo al vino bien distinto.
- Me meto entre pecho y cinto
- cada día mi buena dosis
- no le temo a la cirrosis
- y dicen que al virus mata
- fortalece la patata
- y es bueno para la artrosis.
- Así de paso te olvido
- que ya tu amor me la sopla,
- solo quedará esta copla
- pa´ recordar lo vivido.
- Yo por ti mucho he sufrido
- mas te borré de mi piel,
- los versos de Rafael
- me ayudan para el olvido;
- "Sin ser tu novio ni amante,
- soy el que más te ha jodido;
- con eso tengo bastante".
Marta siempre fue el centro de las miradas, o al menos así lo creía ella. Caminaba con aires de grandeza por el barrio, como si el mundo estuviera hecho para servirla. Con su cabello perfectamente peinado y su atuendo cuidadosamente elegante, se creía la reina de la ciudad. Pero en el fondo, su pomposidad no era más que un disfraz que ocultaba una personalidad mediocre.
Aquella tarde, mientras paseaba por la plaza, Marta se topó con el viejo Nicanor, un hombre que, a pesar de sus años, aún conservaba un aire de valentía. Sin embargo, lo que él sentía por ella era un amor lleno de ilusiones perdidas.
¡Merezco qué me den morcilla! exclamó entre dientes al recordar lo absurdo de su enamoramiento. Sabía que la belleza de Marta era solo superficial, y que detrás de esa fachada había un fondo de egoísmo y superficialidad.
¿Oh, Marta, por qué no me querrás?, se lamentaba mientras se rasguñaba la cabeza como un perro nervioso. Había creído que su amor por ella lo convertiría en un torero valiente, derramando pasión y gemidos por donde pasaba. Pero no; solo le había dejado un nudo en el estómago, como si le hubiera jugado una mala pasada. Ahora rondan por mi cabeza estrellitas amorosas, pero al diablo con ello, se decía, apretando los puños.
La verdad era que Marta tenía un ego tan inflado que le servía de flotador. ¿Diosa? No. Más bien era como un cardo borriquero, creciendo en el campo mientras se creía la planta más bellas del jardín. Ya verás como otra me pilla y me trata con cariño, decía Nicanor burlándose de sí mismo, recordando lo poco que Marta en realidad valía.
Mientras tomaba un vino tinto, Nicanor reflexionaba sobre sus pésimas decisiones amorosas, afirmando que había apostado a caballo cojo, y que esta vez le había salido "rana". Se rio de su propia desgracia al recordar como había creído que Marta lo salvaría del sinsabor de la soltería, ¿y para qué sirvió tanta lucha? Solo para que ella se esfumara dejando un eco de carcajadas en su camino.
Todo lo que me decías era mentira, se decía, recordando sus discusiones con la desafiante Marta, quien creía tener la razón en todo. Qué fácil es hablar cuando tienes el ego más grande que la luna, pensó. Ella siempre se movía por lugares y amoríos de los que pudiera sacar parte y Nicanor era un viejo torero sin oficio ya y sin arte.
Mientras tanto, él se contentaba con vino tinto, para ponerse contento burlándose de ella y de su percepción del mundo, diciendo que era una meapilas arrugada por la cual ya había perdido el interés.
Ahora, llenando de vino mi pecho, olvidaré tu recuerdo, murmuraba como un mantra, mientras el tinto corría por su garganta. Yo por ti he sufrido, Marta, pero hay que ser tonto para llorar por alguien que se cree más que un diosa.
En su mente resonaba la voz de Rafael de León, un sabio poeta que hacía eco en sus pensamientos con aquellos versos de la profecía: “Sin ser tu novio ni amante, soy el que más te ha jodido; con eso tengo bastante". Esa era la verdad, se decía Nicanor y aunque Marta lo había encadenado a su propio tormento, él había encontrado la libertad en el vino y en el humor burlón.
Así, el viejo Nicanor levantó su copa en honra a los tontos y a las tontas como Marta; esos que adornan el mundo con sus sueños inalcanzables y que, al final, son solo una broma del destino.
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