En el mar de los anhelos, un vasto y misterioso océano que se extendía hasta donde la vista podía alcanzar, se desplegaba ante mí un horizonte lleno de promesas.
Navegaba con fervor en mi bajel de tres palos, cada vela inflándose con el viento, impulsándome hacia mi destino, ese tesoro escondido que tanto ansiaba encontrar. Las olas, tenues y suaves, me acariciaban con su apacible rumor, como si la misma naturaleza me alentara en mi aventura.
Cada mañana, el sol emergía por el este, sus primeros rayos iluminando las aguas con un rayo de esplendor. Mirando al cielo, sentía que el universo conspiraba a mi favor, otorgándome fuerza y energía para proseguir. Pero en el fondo de mi corazón, el mar, por su grandeza e imprevisibilidad, susurraba un eco de temor.
Sabía que detrás de su belleza también se escondían peligros, tormentas y el mismo desconocido que acechaba en la profundidad.
Sin embargo, la brújula del alma, mi fiel compañera en esta travesía, nunca se perdía. Era un faro de esperanza en medio de la tempestad, guiándome hacia el norte, hacia ese lugar donde el tesoro, el que anhelaba, aguardaba pacientemente.
Con tesón y valentía, cruzaba los mares con un fervor renovado, desafiando cada ola que se alzaba ante mí, pues el premio prometido era algo inmensurable. La imagen del cofre, repleto de paz y amor, ardía en mi mente, alimentando el motor de mis sueños.
Día tras día, me aventuraba por senderos desconocidos, avistando islas desiertas y enfrentando tormentas ensordecedoras, pero mi espíritu nunca flaqueaba. Mientras mi búsqueda durara, viviría con los ojos bien abiertos, avizor, escudriñando el horizonte en busca de señales, de pistas que me acercaran a mi meta.
Finalmente, después de lo que parecieron eternidades de navegar, un susurro de esperanza tendió su mano hacia mí. Un destello en el agua atrajo mi atención. Allí, en la lejanía, se perfilaba una isla cubierta de verdes palmeras y flores multicolores, un paraíso en medio del vasto océano. Mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba; intuía que allí, en ese rincón olvidado, podía estar el tesoro que tanto había buscado.
A medida que desembarcaba, el aire fresco llenaba mis pulmones y el canto de las aves me saludaba como viejos amigos. Con el corazón palpitante, comencé a caminar por la arena dorada, y de repente, mis ojos se posaron en un cofre antiguo medio enterrado. El momento de la verdad había llegado.
Con manos temblorosas lo abrí y, aunque no encontré oro ni joyas, lo que vi dentro superaba cualquier riqueza material: una luz cálida y envolvente, un mar de paz y amor que inundó cada rincón de mi ser.
En ese instante comprendí que el verdadero tesoro no era un objeto tangible, sino la experiencia vivida, el viaje realizado y las conexiones recientes. En el mar de los anhelos, había encontrado lo que realmente buscaba, y supe que, mientras mi espíritu siguiera navegando, siempre habría nuevos mares por explorar.
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En este jardín florido de palabras tan vivaces, fácil es hallar camino que vaya a ninguna parte, pero que difícil es que se le pueda dar forma al siempre eterno dilema: ¿Por qué la tierra es redonda pudiendo ser un poema? . ¿Os acordáis de aquel mundo multicolor, donde vivía la abeja Maya? Aquel donde los aguacates hablan en verso y los pepinos hacen yoga a la luz de las tinieblas, pues allí es inevitable preguntarse si las estrellas prefieren el té con leche o sin leche. Pero nadie responde, las mesas se hacen las sordas bailando al compás de una sinfonía orquestada por camellos alienígenas y los árboles les hacen cosquillas a los gorriones, mientras se les deshace la boca pensando en galletas untadas con nocilla de colores, es por eso que vienen a mi mente ciertas inquietudes que azoran mi pensamiento. . ¿Acaso el sol se viste de luna para ir de compras o solo se pinta las uñas con los treintaisiete colores del arcoíris? En este jardín de palabras flotantes, es más fácil encontrar una brújula que indique el camino hacia la nada que una respuesta coherente sobre: ¿Porqué si la tierra es redonda, se llama planeta? Si fuese plana, ¿se llamaría redondeta? Ni el celebre Perogrullo en sus mejores días se hubiese atrevido a tanto. . Esto es lo que yo pienso en mi humilde opinión, claro sin ofender a los que piensan diferente. Es mi punto de vista, pero viendo así a un poco mas de profundidad sin pelear y tratando de dejar todo claro, teniendo en cuenta las características de cada uno, y tomando en claro mis investigaciones sobre el problema que esto genera, yo pienso sinceramente que están perdiendo el tiempo leyendo mi publicación, ya que por leerla no cambiará el mundo, las ballenas seguirán cantando ópera mientras los paraguas confabulan con las galletas de jengibre para conquistar la luna ya que dicen las lenguas de doble filo, que los americanos nunca estuvieron en ella, y ya puestos, aprovecho para decir que mi primo Anselmo me ha dicho que si quiero ir con él a La Toscana para la siega del espagueti, dice que pagan muy bien. . Por esto y por otras cosas peores es por lo que en el jardín de las ideas absurdas flotan sombreros de plomo, y los pezones discuten sobre la gravedad de volar alrededor de un arcoíris descolorido, mientras los relojes de Dalí huyen en patinete hacia un horizonte de pizzas voladoras. Y el viento se entretiene escribiendo poemas en la barriga de un pulpo malabarista que actuó un día con Los Héroes del Silencio en un concierto en El Bernabéu, el día aquel en que las estrellas, celosas de su habilidad, se convirtieron en caramelos para el festín de cumpleaños de Dumbo, monarca de los elefantes voladores. . Mientras estos hechos acontecen, bajo una fuerte lluvia de azucarillos con aguardiente, los cangrejos debaten la existencia del tiempo, y las puertas se entretienen susurrando secretos a las lámparas de carburo. La tierra gira al revés, regresando a un pasado donde los cocodrilos jugaban ajedrez en la cima de los árboles, y la luna, disfrazada de cardo borriquero, se ponía sus bragas de esparto para sorprender al sol en un baile de sombras, olvidando por completo que el amor sólo se mide en cucharadas de locura. . En mi humilde opinión, claro quede y solo mía, los relojes de sol deberían tener piernas de madera, como Pinocho, para poder bailar un cha-cha bajo una lluvia de espaguetis a la carbonara. Sin ofender a los pingüinos que piensan diferente, pero es mi punto de vista, así como también pienso que los cactus pueden ser buenos filósofos si se les da el tiempo suficiente, sin meterles prisas. Ahora bien, si observamos al girasol cuando va girando al revés, nos damos cuenta de que los elefantes flotan porque el chocolate está espeso, de no ser así se entretendrían escribiendo cartas a sus abuelos en un rincón del desván. . Casi estamos ya al final del día, y yo, con las neuronas fatigadas por el enorme esfuerzo que han de hacer para mantenerme sobria, creo sinceramente que las patatas fritas están a punto de ganar un premio Nobel por su contribución a la serenidad en el planeta y por su papel secundario en el elenco de actores de todos los Mac Donald del universo. . ¡Y qué decir de los zapatos que vuelan, o si los peces llevaban corbata de flores en la quinceañera de la iguana! En fin, todo es un cuento entretejido por la lógica de un caracol que coleccionaba relojes de paja y corbatas de porcelana. . ¡Gracias! . Aquí termina esta danza de ridículos enredos, frases que no coordinan por mucho que ponga empeño y sigue girando el mundo con todo su estercolero mientras yo, sinceramente creo estar perdiendo el tiempo.
La tierra plana
Sobre un disco de vinilo, gira el universo,
donde el mar es un plato hondo y el cielo un verso.
Los pájaros, en fila de a dos,
llevan sombreros de copa,
y bailan cha-cha-chá sobre el cordel donde tiende
mi tía Paca la ropa.
Un elefante en monopatín recorre los bordes,
mientras las nubes dibujan tontos con la cabeza
que parece de algodón.
Los árboles siembran gorras,
para los calvos sin pelo y las estrellas, en frascos
de porcelana china,
venden sueños baratos, al alquimista que busca
la piedra filosofal.
Los ríos fluyen hacia atrás en esta odisea,
donde las montañas dicen que son
pirámides enterradas por un dios llamado Ra
y su hijo Tután Mamón.
Las tortugas, filósofas, dicen con gran certeza,
que el sol es un hámster colgado de las pelotas
y que la tierra es plana como el pecho de esa zagala
a la que no le engordan las tetas ni tomando pelargón.
En un cuadro negro de un tablero de ajedrez
una ballena reposa, fatigada por el vuelo,
mientras una gata pelona, juega a ser del amor la diosa
y la tierra plana se rinde ante el absurdo fervor,
de un mundo al revés donde rige la tontuna
y un Tik Tok vale más que la buena literatura.
Y así, en el teatro de la risa y la locura,
los planos se pliegan en danza, sin censura.
La cordura es un mito que se perdió en el aire,
y la tierra, un disco, que sigue girando en su baile.
La octava italiana u octava aguda, creada por Salvador Bermúdez de Castro y por ello llamada a veces bermudina, es una estrofa que se compone de ocho versos de arte mayor, que suelen ser endecasílabos, eneasílabos o decasílabos, y con rima consonante, según el esquema,
primero y quinto, libres de rima, sin asonar ni entre ellos ni con los demás, segundo y tercero riman en llana, cuarto y octavo en aguda y sexto y séptimo en llana también, es importante que no sean asonantes entre ellos
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(11-,11A,11A,11B';11-,11C,11C,11B').
Los versos libres de rima se marcan con un guion y los que terminan en aguda con un apostrofe ' .
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Bajo el cielo estrellado, un susurro se escucha,
la brisa que me acaricia, me cuenta historias del mar.